Y como buen astrofísico buscaba y
buscaba la mayor distancia interestelar. Cada mañana, muy temprano, llegaba a
su amado telescopio para observar “un poco más allá”. Nunca quedaba conforme.
No con lo que encontraba, sino con el espacio. Era un reto para él el hallar la
distancia imposible, la más grande, aquella que después sólo estuviese la nada.
Hasta que (vaya usted a saber por qué vulgar razón) su pareja fracasó. Y
ahí estaba, sí, delante de sus ojos, en su propia cama: la nada se
encuentra justo después de la distancia que existe entre dos cuerpos que ya no
deben dormir juntos « ¡Soy el mejor… astrofísico!»
El golpe de las últimas líneas duele; me ha dejando viendo estrellitas, galaxias y qué sé yo.
ResponderEliminarMejor me cuido de medir las distancias, por si acaso.
Saludos.
Otro saludo para ti, Taty
EliminarNo hay que mirar muy lejos, a veces, para ver grandes distancias.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro