Érase un hombre desesperado que,
desesperadamente, quería dejar su estado. Lo intentaba un día y otro, desde siempre,
bueno, hasta donde la desesperación le permitía recordar. Un buen día, por una
casualidad de estas que la vida te oferta como sin darle importancia, se miró
en un espejo concreto. Fue una imagen fugaz, tan rápida que no le dio tiempo al
espejo prácticamente a devolver lo que le entregaba. Y se vio. Y vio su
desesperación…en forma de mujer. Y se tranquilizó para siempre. Érase una mujer
desesperadamente tranquila que….
Tus nanorrelatos me recuerdan vagamente a Monterroso.
ResponderEliminarTe lo digo así, tranquilita y todo :)
Saludos!
Vaya piropo!!!!Muchas gracias, Taty
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