Noté algo extraño, repentino, sorpresivo. Me miré al espejo y…, no era yo: me había convertido en mi hija. Lo primero que me vino a la cabeza, lógicamente, era que estaba inmerso en un sueño. Abrí y cerré los ojos varias veces a modo de maniobras de reanimación con el objeto de supuestamente despertarme, pero nada: era ella. Insistí. Me lavé la cara una y otra vez, con el mismo resultado. Desde fuera se oía mi voz discutiendo, fuerte, desagradable, como siempre centrado en mi ombligo, en mis problemas. Sentí vergüenza. Un pudor horroroso, intenso, oscuro…. Pero, esa sensación desagradable me devolvió a mi aspecto primigenio. Salí del baño y…, preparé el desayuno. Nunca he dejado de cantar desde aquel momento.
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