Érase una
hormiga que se aburría de su monótono trabajo. Durante mucho tiempo mantuvo esa
sensación en secreto; pero un día, mientras transportaba un trozo de chuche
hacia su hormiguero, se lo contó a la compañera de al lado, la cual se enfadó
muchísimo contestándola que decir eso era
menospreciar a toda la colonia, que
siempre había sido así la vida de las hormigas y que lo que tendría que estar
era orgullosa de ser y hacer lo que miles de generaciones antes habían hecho.
Nuestra protagonista no volvió nunca a decir nada a nadie. Siguió realizando
sus tareas habituales, y ni tan siquiera al terapeuta de la colmena, cuya
función era que todos los componentes de la sociedad estuviesen sanos para que
el objetivo colectivo saliese adelante, que la citó en su consulta porque la
veía rara, le contó la verdad, ya que como dijo aquel día su compañera de
transporte: esa sensación era la traición misma y ella no era una traidora
¡Viva el hormiguero!
La individualidad y el pensar por sí mismo a veces es visto como una rareza, cuando bien podría enriquecer el conjunto.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro