Y uno de los dos, por no sé que
misterioso mecanismo bioquímico, mutó. Y se quedaron mirando como dos extraños.
Miento, miraba sólo uno, el otro tenía la mirada puesta en otro sitio. Y donde
antes había blanco, ahora no había nada. ¡Si tan siquiera hubiese negro habían
tenido algo que discutir! Pero… el que no había cambiado analizó lo que
ocurría, y se dio cuenta de que no todo era tan material, que no se había
producido ninguna transformación celular, no: simplemente, al otro, se le había
escapado el alma. Así que… se fue. Fin. (El otro siguió con la mirada perdida)
Me temo que perder el alma es una mutación más corriente de lo que nos creemos, de ahí que haya tantas personas que parecen cáscaras vacías.
ResponderEliminarUn abrazo escritor (y pintor -y más cosas, seguro-)