Tanto leer “La
metamorfosis”, que como le ocurrió a ese cántaro
que iba a la fuente, una mañana
apareció convertido en una cucaracha. Si la hubiese leído bien, y no a medias,
que las prisas son siempre malas y las suposiciones… peor, posiblemente se
hubiera transformado en un “insecto horripilante”, como dice la novela, y con
otra metamorfosis (la buena de verdad) se hubiese podido convertir en una
mariposa. Pero no: se transmutó en una cucaracha, y por ende de nada le sirvió
la magistral lección que expide la magnífica novela. ¡Cucaracha para siempre!
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