Nunca consiguió
visualizar mentalmente lo que más había temido en toda su vida, aquello que con
sólo pronunciarlo era suficiente para derramar una capa de sudor helado sobre
su espalda. Y un día apareció, y se le mostró en forma de dedos agarrotados y
dolorosos. Sí; llegó en forma de imaginaria artrosis a sus, hasta entonces,
hábiles manos de relojero, o de alfarero, o de pescador, o de médico, o de
bioquímico. Porque era las cinco…y muchas más. Él era él y todos aquellos que,
según el mercado o vaya usted a saber quién, les habían traicionado conque
ya “no servían” para trabajar. Miró sus manos que aunque no les pasaba
nada como ya he dicho, necesitaba tenerlas agarrotadas, para justificar
burdamente que se pasaba todo el día sentado en su sillita sin hacer nada.
Porque la traición tiene ese poder, y aparece en la forma que considera: es
independiente y no consulta a nadie.
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