El mar golpeaba
suavemente sus tobillos y duramente su corazón. El paseo, que supuestamente iba
a ser terapéutico, se convirtió en un vía
crucis irresistible. En cada paso, la sensación de caricia marina sobre su
piel contrastaba con el puñetazo que los recuerdos atizaban a su miocardio. De
pronto, el mar se retiró de golpe y una enorme ola surgió en el horizonte: un
tsunami. Cogió a un chiquillo en volandas, que andaba haciendo un castillo de
arena, y como si fuese un atleta cuyo corazón estuviese especialmente entrenado
para el ejercicio más extremo corrió y corrió evitando que la ola asesina los
alcanzase. << ¡De algo nos ha servido mi entrenamiento, chavalín!>>
Óleo sobre lienzo (65 x 43) |