Como una bolita de papel se fue
arrugando al ritmo de los acontecimientos, que iban sucediéndose a velocidad
pasmosa. Siempre había sido “bueno”. De eso estaba absolutamente convencido. De
hecho, se había agarrado a ese resbaladizo saliente siempre que la vida le
arreaba un mamporro, y le había valido como bálsamo para volverse a poner en camino.
Pero es que ahora recibía mandobles de la mayoría de los seres humanos que
tenían con él algún tipo de relación, aunque fuera a larga distancia, televisiva
incluso. Una corriente de aire que pasaba por allí, y que ventilaba
tranquilamente la habitación, se llevó
la bolita precipitándola al vacío.
Témpera sobre lienzo |
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