Una vez muerto, pero muerto de verdad, es decir, sin morirse, una vez que estuvo seguro que las constantes que evidencian dicho estado daban todo a favor, respiró. No fue una respiración profunda como las que realizaba cuando estaba vivo, cuando algo le preocupaba, o le emocionaba, o le exaltaba, o le estremecía, o le excitaba, o le deprimía. No. Fue una respiración monda lironda.
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