Érase un médico, bueno en
su profesión he de añadir, que encontró a su enemigo más poderoso. No, no era
el cáncer, ni el dolor, ni la desesperación, ni el “qué tendrá este paciente”,
ni el “se me muere”, por poner algunos ejemplos. No. Su máximo enemigo era: el
ordenador. Obligado a detraer tiempo de “voy a volver a tocar esa tripa”, o de
“voy a ver si me vuelve a contar eso mismo que no me ha gustado nada” o de “voy
a mirar a los ojos a este señor que eso es lo que necesita”, cada día de
trabajo era un suplicio, ya que siempre se quedaba muy inseguro con una
sensación de que podría haber hecho algo más durante el tiempo que tardaba en
“pegarse” con la máquina. Una vez, se puso tan nervioso que le recetó a una
señora un clik cada ocho horas de amoxicilina. La señora volvió al rato
preguntando por su extraño tratamiento, a lo que nuestro galeno le dijo que
perdonara, que lo que había querido decir era una amoxicilina cada ocho clicks.
La señora, muy educada e intentando ayudar a su médico que en ese momento
estaba utilizando el fonendo como si fuese el ratón mientras llamaba a
informática diciendo que no funcionaba nada, como era licenciada en matemáticas
le preguntó que si la unidad click era equivalente a la unidad hora. Le dijo
que sí, que sustituyese una por otra y ya está. Y dándole las gracias mientras
se marchaba, gritó « ¡Que pase el siguiente CPU!»
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