La
mariposa movía sus alitas rellenas hasta el último milímetro cuadrado de vivos
colores. Miraba al resto de grisáceas larvas, unos metros por debajo de su cota
de vuelo y recordó las palabras que le dijeron, hasta la saciedad, antes de su
metamorfosis << No lo hagas. Haznos caso. Este es un mundo de larvas.
¿Por qué te crees que nosotras no queremos saber nada del cambio? Todas,
absolutamente todas, podemos hacer lo que tú erróneamente vas a acometer. Pero
no vale para nada…, la verdad que te va a dar la altura no sirve salvo para
aumentar tu sufrimiento, que ahora sólo es curiosidad, y con eso se puede
vivir. Con lo otro, no>> Así que, llegada casi a la extenuación, no tuvo
más remedio que hacer el proceso contrario: volvió al suelo, se embadurnó de
cómoda falsedad y al poco sus alas de libertad cayeron podridas.
<< ¡Chicas, ya está aquí la
soñadora!>>, gritó una…, cualquiera.