Todas las
mañanas, antes de bajarse del coche para ir a su puesto de trabajo, tragaba saliva.
No era una acción baladí ya que el líquido bucal era realmente una bola muy
espesa, que le costaba pasar un ratito no sin esfuerzo. De hecho, se ayudaba
mentalmente “engrasándolo” con la foto de sus hijos, sonrientes ellos. Sabía
que lo que iba a encontrar dentro era terrible, como todos los días, como todas
las semanas…. y que en unos segundos comenzaría una nueva jornada de vejaciones
que tenía que aguantar sí o sí, como si de una enfermedad crónica se tratase. Pii-pii, le despedía el correcaminos al
cerrar el automóvil con el mando, como si se riese de él << Pero a mí si
me agarra el coyote, ya lo creo>>
Un trocito de....
"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner
miércoles, 27 de abril de 2016
jueves, 21 de abril de 2016
Nanorrelato nº 438. Otra vez, el chorrito.
De nuevo. Otra
vez… ¿quizás la última? <<No lo sé, ¡ojalá!>>. El alma sin sustento
carnal por culpa de las imperfectas células que dejaron de crecer, de
dividirse, como diría un entendido. Otra vez. De nuevo un simple chorrito de sangre como final de todo.
<< ¿Por qué yo?>> mejor dicho: ¿Por qué a ti?, martilleaba su cruel
subconsciente mientras escuchaba a los múltiples retoños de la vecina gritar
como locos por el turno de la play. Otra
vez el brutal silencio tras tirar de la cisterna y esa expresión de cansada en
el espejo. La vida sigue. Otra vez…será.
viernes, 15 de abril de 2016
Nanorrelato nº 437. Te estaba esperando
Tan bella
pensaba que era, que no se atrevía a abrir el capullo, con el objeto conservar
el máximo tiempo posible su flor guarecida hasta que llegase su momento estrella.
Ese tiempo posible iba cada vez más
pareciéndose a un tiempo infinito, dato que le resaltaban sus compañeras de
terreno como de absoluta tontería, porque como le evocaban constantemente, el
tiempo de las flores corre mucho más rápido que…el de los humanos, por ejemplo.
Cuando Ahmed llegó a la
playa, después de jugársela con un mar sin sentimientos, corrió con todas sus
fuerzas y, al cabo de unos cientos de metros, se tumbó en el primer trozo de
tierra verdoso que más se parecía al jardín que había dejado muy atrás, en su
casa. Respiró profundamente y comenzó a llorar, ya que el descanso le recordó
que tenía nueve años, algo que le habría matado durante la travesía si no se
hubiese comportado como un adulto. Una de las lágrimas cayó sobre nuestra flor de
exacerbada autoestima, y, como si de un mágico aldabón se tratara, de golpe se
abrió y le mostró todos los pétalos tan magníficamente cuidados. Su alegría fue
enorme ya que, esa imagen tan bella calmó su llanto y le infundió la esperanza de proseguir
adelante. A él y… a ella, claro.
martes, 12 de abril de 2016
Nanorrelato nº 436. Ella
Confundía el amanecer
con la puesta de Sol: no era capaz de discernir si la dorada estrella subía o
bajaba. El pasado y el futuro se intercambiaban de forma sarcástica, como si
bailaran agarrados y una vez llevara uno y la siguiente el otro. Tampoco distinguía
si la barca iba o venía, si la playa se acercaba o alejábase, si los gritos de
los que se ahogaban aumentaban o disminuían. No era capaz de nada, salvo de
agarrar a su hijo de la ropa, del que tampoco sabía si crecería grande y sano o
se transformaría en un insignificante aborto.
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